Foto: Captura de video Román González (YouTube)
Cada vez más alto, cada vez más frenéticamente, ascendía el chirriante y lastimero alarido de aquel desesperado violín. El solista emitía unos ruidos extraños al respirar y se contorsionaba cual si fuese un mono, sin dejar de mirar temerosamente a la ventana con la cortina echada. En aquellos frenéticos acordes creía ver sombríos faunos y bacantes que bailaban y giraban como posesos en abismos desbordantes de nubes, humo y relámpagos.
H.P Lovecraft. “La Música de Erich Zann”
El ambiente era festivo. La cerveza se destapaba al unísono de ese deleitable dióxido de carbono, finalmente libre antes que el frío líquido entrara en contacto con el paladar de los sedientos de fútbol, lúpulo y anís. Veníamos ostentando desde el último septiembre una grandeza innecesaria de enseñar porque ya éramos un sastrecillo valiente, habíamos matado a siete (hasta más), como en el cuento infantil.
La pólvora no era clandestina; entonces pueblos y urbes hacían gala del jolgorio para lanzar voladores al cielo, desafiantes, construyendo una escalinata humeante, capaz de superar en longitud al firmamento que su providencia les ordenaba bajar la cabeza, cuestión de credos. Pronto la pólvora como entretenimiento volvería a sonar como pólvora de sangre y fuego repetidamente. Costumbres de intolerancia, mafia y exceso de confianza que llaman.
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Video: Román González (YouTube)
Junio de 1994: Ekhymosis, flamante promesa metalera estaba sonando en la radio comercial. En el olvido quedaban los vergonzosos acontecimientos de la Batalla de las Bandas años antes. El rock después de todo sí podía usar camiseta amarilla para festejar el gol de la fama y gozar las mieles de una personalidad desarrollada propia de la salsa o el vallenato. Por desgracia lo popular implicaba a la postre ser bonito y alegre. En ese año, época donde conoceríamos a manera de dato (in)útil la telefonía móvil, ser alguien aquí requería pertenecer a una élite tropical, ebria de optimismo triunfalista, arrogante en la frecuencia modulada, la televisión o la prensa escrita. El metal infra terreno no era nada de eso. La banda que vio nacer a Juanes estaba cediendo a ese folclorismo mediático, pero paralelamente a las circunstancias Federico López (productor de su “Ciudad Pacífico”), también se había embarcado previamente en el segundo demo de Tenebrarum. La empresa sin embargo no resultaría en cinta demostrativa sino como un primer álbum insolente, ajeno a todo lo restringido frente a sus narices. De paso, el primer cancionero del género almacenado en formato CD bajo ensamble local. Obedeciendo a su instinto, “El Vuelo de las Almas” se transformaría en otra cara del metal, en una versión de los hechos contraria a la resignación ambulante de frases contestarías y el empirismo artesanal del estigma Medallo.
Presa de reprobaciones e increíblemente extraño para los gustos de sus semejantes, el debut digital de David Rivera y su agrupación empezó a asimilar los anhelos académicos de su fundador, entonces miembro de la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Ásperas de tradición, radicales y veloces, eran contadas las bandas colombianas de hace 25 años en su estética que ciertamente arriesgaran en grande para competir como revelación en el incipiente mercado mundial adquiriendo una identidad, o cuando menos haciendo el propósito de buscarla. Del mismo modo que el rock en Bogotá, Medellín o Cali a su llegada fue tesoro resguardado para un círculo privilegiado, la ópera y las piezas clásicas de compositores como Vivaldi y Beethoven tampoco colmaban el imaginario del transeúnte ordinario. Era infrecuente que alguien perteneciera a los dos mundos sin haber vivido lo que ya empezaba a brotar por cuenta de este mestizaje armonioso en el Viejo Continente. Las referencias en todo caso eran mínimas; empero, Tenebrarum se las arregló para editar siete canciones indescifrables: Nadie puede cuantificar en su recorrido el alfa u omega de la presencia doom, death, hasta black si se cree advertir en los cortes. Las letras, alejadas fuertemente de su demo "Visiones del Horror" poseen tonalidades más personales sobre estados mentales de angustia y la falsedad religiosa. Precario sin duda hoy en día, si les gusta juzgar desde la comodidad presente; visionario y atrevido para su instante coyuntural...¡desde luego!
Foto: tshirtslayer.com
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La dupla vocal en "El Vuelo..." repito, inaudita para este balneario de la muerte (busquen la lírica), emergente sin embargo en Escandinavia, Inglaterra y el Mediterráneo fueron obra y gracia de Mario Aponte (Manitú). Sus aullidos sepulcrales (mención metal Medallo) robustamente cambiaron la textura del grupo (así esté de espaldas en las fotos del arte) antes que el frontman se dedicara totalmente al black metal, haciendo hoy parte de la empresa privada. La otra orilla sonora estuvo protagonizada por Dora Vélez; sus cuerdas vocales coquetearon para la grabación con melancolía operística, captada con bastante esfuerzo pero aportando mucho a esta etapa. Su colaboración no terminó sobre la cinta magnética, pues también llegó a sellar la portada del álbum. Primeras huellas de su actual rol en la dirección del Museo de Arte Moderno en Medellín. La atmósfera de los teclados contó con la participación de un muy joven Juan Sebastián Ochoa, optando por sus años venideros en proliferar la investigación de ritmos autóctonos. Walter Tamayo y Daniel Builes (bajo/batería) quienes no hacen música profesionalmente, triunfan en otras ramas profesionales tanto en Colombia como el exterior. Estructurales, entregaron al metal criollo la ruptura de un paradigma que a la fecha sigue siendo orquestada por David Rivera (fanático de la guitarra, enamorado del violín) también licenciado en idiomas. La firmeza de nuestras metas realmente nos define. ¿Dónde están quienes señalan al metalero de ocioso y propenso a la perdición?
Tenebrarum 2019. Archivo Hummingbird Press (YouTube)
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